El ancho del casco del barquito medía exactamente dos tercios del diámetro de la boca de la botella y el alto quizá más de un tercio, pero no mucho más. Había ensamblado el mástil y las velas por separado, uniendo las miniaturas de mástil a una bisagra que les permitiría recostarse sobre cubierta. Corrió entonces, frente a ella, una distinguida multitud de jóvenes. Malhechores, seguro, si consideramos que tras ellos desfilaban orgullosos agentes al servicio de la ley. No desdeñó el peligro y juzgó que el portal donde cómodamente manufacturaba su miniatura pronto dejaría de ser un refugio apto. Con la colaboración de unas pinzas de precisión fue capaz de acoplar los mástiles al casco. Ató un hilo de algodón a cada mástil y ensayó con ellos el movimiento retráctil. Funcionó a la perfección. Amasó una pequeña porción de arcilla y la extendió cautelosamente sobre la pared interna de la botella de cristal. Una prominente bola de fuego precedió por cuestión de milésimas a un fortísimo estruendo, que se prolongó en un clamor unánime. La anécdota tuvo como efecto la inversión de los papeles de la función: ahora los agentes uniformados retrocedían y tras ellos la muchedumbre de jóvenes malhechores y su munición improvisada. Ella apenas se dejó impresionar por la estampida y tiró de los hilos para reclinar los mástiles en un ángulo de 90°. Introdujo el barquito en su botella de cristal y lo dispuso sobre el montón de arcilla, sobre el que permaneció adherido. Al fin pudo izar las velas de la nave y definir su colocación dentro del recipiente. Una pelota de goma silbó apenas a un metro de su cara y se estampó en el esternón de un inquieto malhechor. Un contenedor sirvió de hoguera y a su alrededor un aquelarre de encapuchados empezaron a tomar posiciones. Surgieron nuevos agentes con armaduras muy evolucionadas y propusieron elevar la intensidad de las agresiones. En el portal, que ya no era en ningún caso una forma de refugio sino la misma boca del lobo, ella vertía un tercio de litro de gasolina por la boca de la botella. El barco navegó plácidamente sobre el mar inflamable. Luego le añadió 200 ml de aceite de motor. Se limpió las manos sucias de este último líquido con un pañuelo de tela que no dudó en utilizar de tapón. El barco aún navegaba plácidamente sobre el mar inflamable. Un policía intentó abrirse paso entre las barricadas y ella le estampó su cóctel molotov en el pecho provocándole quemaduras de todos los grados posibles.