domingo, 12 de enero de 2014

Casualidad, no lo creo

El mundo es un pañuelo.

Un episodio de casualidad es que en plena deriva del pensamiento, emerja el recuerdo de una persona y que ésta aparezca al doblar la esquina. Que un marido esconda un regalo que ha comprado para su amante bajo la cama, donde se oculta el amante de su esposa en calzoncillos. Que un dedo confunda el 3 con el 6 y su llamada se desvíe a la madre biológica del dueño del dedo, a la cual desconoce.  Que un artista ninguneado del folk americano sea un profeta en Sudáfrica. Que un imbécil pregunte la hora a un idiota, que el idiota conteste una hora equivocada y que el imbécil entienda, por error, la hora correcta. Que un hobbit encuentre un anillo perdido en el fondo de un río. Que dos amigos de la infancia se reencuentren después de 25 años en una reunión de exalumnos de una escuela a la que no habían ido, suplantando la identidad de dos de esos exalumnos. Que un soldado ejecute a un enemigo en el mismo instante en que su hermano gemelo muere a manos del hermano gemelo de su ajusticiado.

La casualidad está sobrevalorada. También la coincidencia. Aquí las vamos a utilizar como términos sinónimos.

La coincidencia es una figura que se mueve en el terreno de la improbabilidad, un desvío en el transcurso de la normalidad y, por tanto, contrario a la norma. La norma es la no coincidencia. Pero el fenómeno de la casualidad o coincidencia nos acompaña a todas horas, ¿por qué nos impresiona tanto? La sensación que sigue a un episodio de coincidencia es similar a la conmoción que nos produce un truco de magia, el sobresalto de vivir una experiencia en los límites de lo real. Como si sintiésemos una mano que acaba de mover las piezas para que eso acontezca.

Un suceso se cataloga como casualidad en función de la probabilidad que hay de que suceda. El camino para determinar la probabilidad es tortuoso y doloroso de concebir y tiene que ver con el acto de anticiparse o prever que algo ocurra.

Podemos crear un suceso mediante la imaginación, evocar un hecho en potencia. Cuando realizamos este ejercicio de hipótesis y previsión, ¿a qué categoría enviamos el suceso imaginado? Un acontecimiento que puede ser evocado antes de suceder, ¿encuentra más probable su acaecimiento? Parece obvio que lo imprevisto, lo casual, lo accidental es lo impensado, lo que no encuentra su idea previa antes de materializarse. Si un suceso es previsto, es más probable. PERO.

Por otra parte, Borges, apuntaba, no me pregunten dónde, que una vez que especulamos  un suceso, una vez que ocupamos nuestro pensamiento con la idea de un hecho que puede ocurrir, éste pasa directamente al cajón de la improbabilidad. Tiene sentido la idea de que anticipar un acontecimiento es, por tanto, hacerlo suceder (en un plano no real) y que la probabilidad de que se repita (de que suceda otra vez, aunque en otro plano) se reduce de forma drástica. De esta manera, al imaginar que ahora al salir de casa me va a atropellar una furgoneta que reparte productos de Matutano, se desvanece la posibilidad de que esto suceda al mínimo. Es una fórmula que yo uso para la inmortalidad y que hasta el momento me ha funcionado.

El universo de la coincidencia funciona más en este segundo sentido. Habría que desglosar hasta el infinito la lista de potenciales sucesos donde aparezca la figura de la coincidencia. Entonces entenderíamos que lo probable es que alguna de ellas suceda, que la coincidencia se lleve a cabo. La casualidad es la verdadera norma.

La figura de la coincidencia abarca todos los sucesos, todas las variables del espectro de la improbabilidad. Todas salvo la de la normalidad. La normalidad se define, por tanto, como el estado de reposo de la casualidad. Y, sin embargo, el rango de improbabilidades es tan amplio, que lo probable es que alguna de ellas se dé. Aunque sea por mera casualidad. Y no queda más remedio que aceptar la normalidad o la ausencia de casualidades como la mayor de ellas. Es improbable que sólo sucedan las cosas probables, cuando hay tantas improbabilidades por suceder. Piénsenlo, por estadística debería haber casualidades más a menudo. Es mera coincidencia que pase un día y que no haya una. Y es pura casualidad que pasen dos días sin ninguna.

El mundo es un pañuelo, y los pañuelos se estrujan. Se podría decir que no existe en un pañuelo de papel dos pliegues a los que les sea imposible tocarse en un momento dado. Las variables son infinitas, porque un pañuelo tiene infinitas formas de ser deformado. Se puede incluso abandonar en un pantalón que se echa a lavar, y recuperarlo en forma de bola uniforme de pulpa de celulosa. Se puede usar para limpiar una lágrima de la cara o sangre de las manos. O mocos. Incluso eso.

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