lunes, 3 de febrero de 2014

Duelo a muerte entre Scorsese y Cavestany

El miércoles me ofrecía una experiencia ineludible, bien por turbadora o por satisfactoria. A las cinco, por 3’70, El Lobo de Wall Street de Scorsese en los multicines de los Cantones y a las ocho y media, por 60 céntimos, doble sesión con El Señor y Dispongo de Barcos de Cavestany en el CGAI. El contraste entre las dos propuestas, a modo de ducha escocesa, me iría (y me fue) bien para reactivar mi circulación y tonificar mi epidermis cerebral. Tanto es así que ahora me veo abocado a las teclas para explicar de qué modo se complementó el visionado de la película de Scorsese con el mediometraje de Cavestany, El Señor*. Dos películas en las antípodas de la creación. 

En una esquina del ring: El Lobo, proyecto multimillonario, hecho por multimillonarios y acerca de multimillonarios. En la otra esquina: El Señor, una working class movie, si es que esa categoría puede existir, manufacturada, artesanal, acerca de un hombre de clase obrera.
 

Es interesante el hecho de que el propio título de ambos films apode a su protagonista, porque nos sirve para hablar de El Lobo o El Señor como un todo: la película en sí, el proyecto dentro de sus coordenadas industriales y el personaje principal. El Lobo es un lobo, lo es Di Caprio en sus 180 minutos de ficción y lo es la propuesta de Scorsese, lo fue Jordan Belfort en su biografía real y lo es el proyecto en su conjunto, del que llevamos oyendo sus aullidos en forma de marketing y boca a boca desde hace varias semanas, como una revisión del cuento en el que Pedro es todo el mundo. El Señor es un señor**. Lo es su protagonista, Luis Bermejo, lo es el propio Cavestany y lo es la película. 

El Lobo dura 180 minutos, vacía tinteros, copa portadas y alimenta tertulias. El Señor apenas encuentra eco después de sus 42 minutos de duración. La ambición de Jordan Belfort estaba hecha de la misma materia que la ambición de Martin Scorsese al hacer su película, de la misma con la que se alimentan las expectativas de un espectador ávido de los estímulos de los que sí goza el personaje de Di Caprio. El Señor es el espectador de El Lobo. 

Cavestany niega a su Señor todo placer conocido. Sus instantes de ocio son las bromas que se auto-infringe y que lo distraen de una espiral de tedio en la que también da vueltas el espectador. Las 24 horas de su jornada se dispersan en segundos separados por eternidades. La eternidad en El Lobo no funciona, está inutilizada por el ritmo de vida frenético de Belfort y su milimétrica traducción a la narrativa visual. Al Lobo le son concedidos todos los placeres que el Señor sólo sueña.  

Por otro lado, El Lobo es un film excesivamente dialogado, en el que el protagonista derriba la cuarta pared constantemente para sobreexplicarse. En una oficina de Wall Street todo el mundo habla, las voces protagonistas flotan sobre un perpetuo murmullo de diálogos en segundo plano y hay un micrófono siempre a mano para que el bróker de turno pueda lanzar sus superfluas consignas y renovar los motores del resto de empleados. El Señor no habla nunca, no puede o no quiere explicarse, y eso lo sabe Cavestany, que se sirve de la poética y no del diálogo para dibujar la oscuridad que rodea a su protagonista. El Señor apenas dice 6 palabras, 4 de ellas dirigidas a sí mismo, porque nadie quiere escucharle y ni siquiera alza la voz para pedir socorro, sino que lo escribe en un papel. 
 
De la misma forma que El Lobo atrajo una ingente cantidad de personas a las salas, también Jordan Belfort era magnético, también se mataban por escucharle los que deberían matar por ser escuchados. El Señor, en cambio, está hecho del mismo polo magnético que el resto de señores, por ello repele al resto de personajes de la película, y de alguna forma, también a los espectadores.

Me queda la sensación tras ver El Lobo, que Scorsese esconde a sabiendas la otra cara de la moneda, mostrándonos a un pecador que sólo paga por sus excesos, no por sus delitos. Su castigo purga el desenfreno, el vicio y la corrupción de su estilo de vida, pero no sus estafas. Apenas se profundiza en la naturaleza fraudulenta de sus negocios, que son los que esconden la verdadera violencia, y jamás nos da a conocer a las víctimas de Jordan Belfort. El Señor es esa víctima. El Señor es el hombre que lo pierde todo para que el Lobo lo tenga todo. Y de alguna forma, El Señor de Cavestany es la víctima de la voracidad de la industria a la que El Lobo de Wall Street de Scorsese sirve.

La última curiosidad que comparten ambas películas y que me deja un gran sabor de boca, es que sus finales transcurren paralelos. Ambos personajes comparten un objetivo vital y es la conquista de una mujer, y en este aspecto este tándem inaudito que conforman estas dos películas que parecen no tocarse nunca, nos ofrecen una moraleja conjunta. Tanto Scorsese como Cavestany entendieron que la justicia poética debía funcionar, y entonces descubrimos que, OJO SPOILER, el Lobo termina perdiendo a la mujer 10 y el Señor encuentra por fin a su mujer 0. Es el pequeño premio al que aspiramos los señores. 


* El Señor se puede ver online en vimeo, subida por el propio autor, en el siguiente enlace https://vimeo.com/64863559
 ** “Señor” aquí no remite al hombre señorial, ni al todopoderoso, sino al hombre anodino. 

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