El genio de mi parábola no me concedió, sino que me negoció, y no tres, sino un solo deseo. Me impuso no pocas condiciones y un número ínfimo de variables accesibles, ninguna de ellas me ofrecía la posibilidad del bien colectivo, ni la felicidad ad eternum, ni ningún cambio que pudiese descomponer el natural discurrir de la civilización humana. Le exigí entonces la transmutación, pero no por cansancio de mi actual identidad. Sí por ser consciente de que hay vivencias más emocionantes que la que el azar me deparó. Siempre y cuando, apunté, se me garantizase que el ser de Antón Varela no fuese abandonado y fuese otro quien lo ocupase, heredando mis memorias y mi carácter e incluso la autoría de este mismo texto. Se me garantizó. Y entonces me pedí ser John Lennon.
-Sea así.
La primera sensación fue la de desprenderme de mi peso, que en número variable me llevaba acompañando desde hacía mucho tiempo. Esa ingravidez precedió a una completa oscuridad. Se enmudecieron mis 5 sentidos reduciendo mi existir a meras ruinas de la consciencia. Y la horrible sensación se prolongó más de lo esperado. ¿Es o no es esto parte del proceso de transmutación selectiva?
-Ha sido usted felizmente transmutado a John Lennon.
Magnífica puta mierda. Denme explicaciones, ¿por qué soy nada? ¿Soy acaso Lennon en los tiempos previos a su existencia? ¿Cuántos siglos he de esperar para iniciar la aventura que elegí? ¿Por qué una sala de espera vacía?
-Usted es John Lennon, el inorganismo, las cenizas esparcidas en Strawberry Fields y mecidas por infinitos vientos a lo largo de 30 años, usted está en mil partes, pero no puede percibir ninguna de ellas, si acaso concebirlas. ¿Qué pretendía? No es esto mucho mejor que ser un recuerdo o una idea en una memoria. Es duro existir solamente cuando uno es evocado.
¡Yo deseé ser! ¡Me han concedido únicamente el haber sido!
-Usted es.
Un idiota. Cambiar una existencia por la noción de la nada absoluta, la consciencia del no sentir, la no experiencia del mundo. Sólo un idiota podría haber estado tan acertado en desperdiciar la oportunidad de hacer realidad un deseo. ¿Se me permite rectificar?
-No puede volver a su existencia anterior porque ya ha sido ocupada, una muchacha llevaba varios años en lista de espera con el deseo de ser usted.
No puede ser. No fui informado a tiempo de las consecuencias de mi elección, yo quise una identidad en su existencia vital no en la degradación de su materia, se me han omitido datos fundamentales. ¿Cómo coño iba yo a imaginar la literalidad de la transmutación? ¿Por qué no se me puede conducir a una coordenada anterior en el tiempo? En ese momento sentí terrible lástima por mí mismo y por aquellos condenados a vagar por la inexistencia de la materia por errores de elección o por una incomprensible prolongación de la consciencia una vez muerto el cuerpo. ¡Déjenme cambiar mi deseo! ¡Lo suplico! ¡Déjenme ser una canción!
-¿Una canción? Le ofrezco la quietud eterna, ¿y usted me suplica un breve rock’n’roll? ¿Qué clase de locura? ¿Se da usted cuenta de lo efímero?
Quiero ser una canción cada vez que se reproduce. Una larga. Quizá A Day in the Life o I Want You (She’s so Heavy).
-Caballero, usted lo que me pide es ser cientos de millones de reproducciones. Quiere transmutarse indefinidas veces. Quiere que le sean concedidos infinitos deseos. Qué desfachatez.
Así me encuentro ante una dicotomía patética, ser nada para siempre o ser una canción de los Beatles con su minúscula duración dentro de los distantes márgenes del tiempo. Qué pésimo el momento en que froté la lámpara, qué condena. Quiero ser Across the Universe. Puestos a perecer, hacerlo diluyéndome en esa reverberación absurda, en esos delirantes arreglos orquestales de Phil Spector, nadar como tantas otras veces nadé en el jai guru deva, pero sin el desafortunado filtro del tímpano y el ruido, ser yo mismo cada acorde, el momento en que desciende de Em7 a A7 susurrando they call me on and on across the universe… Puestos a morir, no renunciemos a la poesía, a sentir las primeras notas como cosquillas en la axila de la canción. Escenifiquemos la migración del alma a sabe Dios qué nuevo mundo, viajemos a través del universo, existamos por última vez como Lennon existe cada vez que le damos a play, homenajeémosle muriendo en un paulatino fade out.
-¿Y quién desea que escuche esa canción?
Yo mismo. Antón Varela mientras termina de escribir esta nota de suicidio.
-Que así sea.
Y así es como me encuentro yo, ahora Antón Varela, escuchando Across the Universe, escuchando una canción que soy yo, en la que por una única vez, me reconozco y me comprendo. Me presté atención y me dije cosas que debía saber y que debería haber sabido antes. Ahora, aquel que comandó esta nave durante 21 años ya habrá desaparecido, pero pervivirá siempre en mi recuerdo imborrable de aquella vez que escuché mucho más que un himno pop.
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