viernes, 22 de agosto de 2014

Begin Again, de John Carney

Si el primer trabajo de John Carney, Once (2006), era un panegírico de cierto subsuelo musical endémico de la Gran Bretaña, algo así como un primer disco con el inevitable aroma a fresca autoproducción, una oda indie al indie; esta nueva Begin Again (2013) es un digno salto al mainstream -no es casualidad que la acción se traslade ahora a los EEUU-, un segundo disco menos artesano pero que no pierde la esencia del primero, la continuación brillante a una ópera prima difícilmente mejorable.  Aunque suponga un salto a las arenas movedizas del etiquetado musical, parece sensato decir que es una oda pop al pop.

El sustrato ficcional de Begin Again es muy similar al de Once, pero aun complementando, discutiendo o repitiendo el discurso de su predecesora, adquiere la suficiente autonomía como para merecer un texto privado y específico, sin más interferencias de la película de 2006. 



El film se asoma, como apunté en aquel primer párrafo tan desacertado, al balcón del mainstream y desde allí dispara continuas reflexiones sobre el análogo fenómeno comercial musical y cinematográfico. Begin Again se mira a sí misma e intenta definir su propio volumen, ¿es una película comercial o es sólo pop? ¿Son siquiera categorías diferenciables? ¿La presencia de dos actores con abundante peso mediático conlleva la promoción de la película a categoría mainstream? John Carney parece protegerse de estas cuestiones mediante el propio subtexto de la película y para ello elabora un entramado de relaciones, analogías y espejos que se apropian del primer visionado y que niegan que Begin Again sea una película superficial. 

Keira Knightley interpreta a una compositora, Gretta, cuya trayectoria musical no va más allá de ser la compañera sentimental de Dave Kohl (Adam Levine) también compositor que, gracias a un reciente éxito, se expone -y se entrega- a las tentaciones de la gran industria musical. Esta gran industria, parodiada con cierta dejadez, la personifica una discográfica cuyas reuniones consisten en una larga mesa poblada por una caterva de goldiggers que ríen a carcajadas cada ocurrencia del advenedizo artista, que preside la estancia. Carney dibuja la industria con mala intención, quizá no sin razón, y la convierte en una suerte de “lado oscuro” con infinitos tentáculos de viscosa seducción: el lujoso apartamento, la secretaria asiática por la que Dave deja a Gretta (retorciendo así el viejo juego que asocia lo asiático al peligro de lo exótico), los premios, la servidumbre de los empleados, Los Ángeles, en fin, el éxito. La relación entre Gretta y Dave viene a encarnar la tensión entre la integridad musical y el influjo maligno de la industria, Gretta es lo primero, Mim (la secretaria) es lo segundo. El momento en que Gretta escucha la nueva canción de Dave y advierte en ella señales -desconozco cuáles- de que su pareja va a dejar de serlo de un momento a otro, es también el momento de ruptura de Dave con su esencia musical y su rendición al mercado. Sobre el tapete ya surge la idea de un antagonista. 

La idea de que este antagonista se llame Dave Kohl, una poco disimulada deformación del nombre del cantante de los Foo Fighters (Dave Grohl) y que lo encarne Adam Levine, líder de los Maroon 5, no puede ser casualidad. De algún modo, me niego a que lo sea. Es un dedo acusador deliberadamente erguido y milimétricamente colocado. Y lo celebro.



Por su parte, Mark Ruffalo interpreta a un (ex)productor y (ex)marido desencantado con la industria y con su vida sentimental, respectivamente. En los primeros compases de la película asistimos a la ruptura entre Dan (Ruffalo) y Saul (Mos Def), dos socios y amigos que se atribuyen el hito de haber cambiado la forma de entender la industria musical a través de su discográfica. Dan es una imagen de la vieja industria que ha sufrido el desengaño de la nueva realidad, aturdido, noqueado, incapaz de levantar cabeza a causa de su separación y de la inestable relación que mantiene con su hija. Saul por su parte representa a una nueva industria que no encuentra método eficaz para reinventarse y que entiende que la regeneración pasa por la fractura con su yo del pasado, con la forma tradicional, con su antiguo compañero, con el descontrolado Dan. La industria tradicional -en cualquier caso, la que en su momento fue audaz y revolucionaria- toma forma de cuarentón recién separado al final de la barra, traicionado por una falsa nueva fórmula, la que propone Saul y que adolece de las mismas perversiones que la industria “mala”: contratos abusivos con los artistas, deslealtad, desconsideración con el proceso creativo, etc. Este esqueleto de tramas-espejo se enriquece con el hecho -al que no se le saca suficiente partido- de que la exmujer de Dan, Miriam (Catherine Keener) sea una reputada crítica musical. Nace de este modo otra forma de entender el ocaso de Dan, no sólo la industria ya no funciona como motor de tendencias musicales o como útil mecanismo empresarial, sino que lo que antes era una relación sólida entre producción y crítica ahora es un amargo desencuentro. 

Dispuesto este entramado, Carney introduce una historia de amor y devoción artística entre Gretta y Dan. Sugiere la idea de que una brecha emocional puede ser tanto la génesis de una gran canción como de una gran relación, que de la herida puede brotar tanto inspiración que adquiere forma de música o poesía, como amor que puede tomar forma de amistad o deseo. Los dos protagonistas viven su particular desengaño sentimental y vital, agonizan en el trauma de la ruptura reciente y el bloqueo ante su futuro próximo. Son dos almas-espejo con la ocurrente idea de utilizarse el uno al otro para recuperar la sensación de ingenua prosperidad. 

Durante el proceso se nos plantean cuestiones interesantes: la escena en que Gretta y Dan se lanzan a la calle aislados del ruido mediante un sistema de doble entrada de auriculares con el que comparten la lista de reproducción de sus teléfonos. Mientras lo hacen reflexionan sobre la forma que tiene la música de embellecer la acción cotidiana y, por extensión, de cómo refuerza la imagen fílmica. Paradójicamente la cuestión que me suscita es la opuesta,  ¿de qué forma logra la imagen reforzar una banda sonora que sin ser mediocre no alcanza ningún momento de brillantez? ¿Cómo logra la carga emocional de la película impregnar los momentos musicales e incrementar el efecto de una canción? El gran ejemplo sería la escena del concierto en el tejado en el que el climax de la canción corre a cargo de un solo de guitarra pésimamente ejecutado por la hija de Dan que ha sido aupada por su padre para que se libere de sus miedos y participe en el álbum. Tanto el solo como la escena funcionan y suponen uno de los momentos más emocionantes de la película, pero de esta naturaleza hay otros muchos. Se diría que la película se justifica por estos instantes de emoción y emotividad desbordada en la que música e imagen se subrayan recíprocamente y, en algún instante de magia y fortuna, se funden. 

Otra idea interesante, que coincide en su enunciación con una de las mejores escenas, es la de Dan completando mentalmente los arreglos de la canción acústica de Gretta Step You Can't Take Back. Dan añade instrumentos ficticios a la actuación y le confiere peso, volumen, energía, manifestando que el espíritu de una canción no es nada sin su necesario acompañamiento y que una buena producción es tan importante como una buena interpretación. 

De entre las ideas menos interesantes -incluso ésta es chirriante- John Carney nos cuela un guiño patriarcal a través de Keira Knightley en el momento en que ésta recomienda a Violet, de quince años, que deje de vestir como una “facilona” porque el chico guapo de su clase no se fijará en ella salvo que vista de forma recatada y con clase. Quizá no hacía falta que un señor cuarentón ilustre a las adolescentes -público potencial de su película- sobre cómo han de relacionarse con sus análogos masculinos y cómo deben o no deben verse y sentirse deseables. Perdonable porque esto es el pan de cada día pero no por ello va a ser obviado.



La trama principal, que se desarrolla fiel a principios tradicionales, está puntuada por lúcidos momentos musicales y por algún que otro fallido episodio paródico: el cameo de Cee-Lo Green como Troublegum, rapero multimillonario impulsado en sus inicios por Dan, que apadrina la nueva carrera musical de Gretta y bendice a la vez, a modo de Cupido de ébano, la nueva relación sentimental entre Knightley y Ruffalo. Y es que en todo momento advertimos que sendas historias, que nacieron juntas, están creciendo juntas y que todo se encamina a que finalmente sean dependientes entre sí y vivan o mueran juntas. John Carney abandona parcialmente esa vía y ojo, que ahora entramos en territorio spoiler (?). 

Las soluciones que propone a las tensiones y conflictos que dispuso en el primer acto se traducen en una conclusión precisa y coherente de su discurso. En primer lugar Dave, el artista vendido al imperio discográfico, regresa del lado oscuro arrepentido, decepcionado con el éxito industrial y decidido a recuperar su vieja fórmula y a Gretta. Es significativa la conversación en la que Gretta le reprocha haber corrompido la canción que ella escribió para él transformándola en un hit hipervitaminado para estadios, recriminando una traición a su integridad artística que en el fondo es lo que ella representa y lo que la película, en definitiva, celebra y homenajea. Con su última actuación en la que devuelve a la mencionada canción Lost Stars su forma natural y auténtica, Dave Kohl se redime como artista y como ser humano, como Darth Vader lo hizo cuando arrojó al vacío al Emperador. Queda en manos de Gretta la decisión de aceptar su perdón y recuperar la autenticidad de su vieja relación. 

Mientras, el viaje personal de Dan, cuya última estación parecía ser inevitablemente Gretta, termina en reconciliación con Miriam. Digamos que en su búsqueda de lo nuevo lo que ha encontrado es lo auténtico, y lo auténtico, para Carney, siempre es lo anterior, lo primordial, lo primero, la vieja fórmula. Las vidas de los dos protagonistas no confluyen en un nuevo río sino que vuelve cada uno a su cauce original, al que a cada uno le correspondía desde el principio. Begin Again propone empezar de nuevo pero desde el mismo viejo lugar, revivir lo pasado porque sólo ahí se encuentra lo puro, lo genuino. Y dado que es el propio director el que, con su mirada nostálgica, propone la máxima de que lo auténtico es siempre lo primero, entonces nos quedamos con Once.  


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