martes, 11 de junio de 2013

El Examen de Flauta

Los nervios le llegaron a Golondrino ya en el momento en que presentó sus fauces frente al desayuno. Una náusea devoró sus vísceras y el estómago se plegó sobre sí y decidió no abrir compuertas.

Desenfundó la flauta de su estuche y la condujo a sus labios. Intentó simular mentalmente la escena del examen: su nombre, el duodécimo de la lista; el camino hacia la tarima, golpeado por el hijoputismo silencioso de sus compañeros; la mirada de la profesora, la manía de ésta de ejercer de metrónomo golpeando la mesa con sus uñas largas y duras; la última inspiración de aire antes del primer soplido. Y sopló con total perfección Scarborough Fair, sin apenas violentar la belleza de su melodía.

El lapso de tiempo que medió entre este último ensayo y el desapasionado esperpento musical que concedió el alumno undécimo de la clase, le resultó a Golondrino eterno en su transcurrir pero peligrosamente breve en su terminar. Pronto le invadió la clásica sensación de alboroto cardíaco, de náusea desbocada y de bloqueo mental neurótico. Sensación incrementada al máximo durante el camino desde su pupitre a la tarima, hostigado por las puñaladas ópticas de sus inquietos compañeros. 

Se presentó ante el atril sin alzar la vista hacia la audiencia, sólo visualizando la partitura. La profesora inició el ritmo manual y a Golondrino le embistió el estrés. Le descentró un impredecible tic nervioso en su rótula, que bailaba como las campanillas de un despertador. Quiso excusarse, pero no encontró tiempo para buscar las palabras adecuadas. Si se aproximaba un gran fracaso, pensó, entonces tenía que abreviar. Y así tomo valor para llevar la flauta por fin a su boca.

La flauta cayó al suelo. Golondrino fue incapaz de sujetarla con firmeza y se le resbaló de las manos. Los intentos de alcanzarla en pleno descenso fueron inútiles también. La estancia se llenó de silencio hasta que el impacto del instrumento contra el suelo inauguró una tanda de carcajadas.

Cuando se aproximó al suelo, Golondrino descubrió con horror que no era capaz de blandir su dolorida flauta porque le habían desaparecido las manos. Hizo deslizar su manga y apreció que su brazo terminaba de forma imprevisible en la muñeca. Lo mismo el otro brazo. Trató de agarrar la flauta pinzándola con un pie y sosteniéndola entre los dos muñones pero se escurría y caía de nuevo. Los compañeros le prestaban ahora máxima atención y Golondrino se impacientaba. Envió una mirada afligida a su profesora con la que intentó explicar con cierta telepatía que sin manos no iba a ser capaz de ejecutar su examen. La profesora le devolvió una serie de parpadeos y una mirada de resignación.

-Golondrino, cariño, tienes un cero.

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