domingo, 2 de junio de 2013

Gerardus M.

Fue la hermana de Gerardus M., nacido y vivido en Utrecht, la que constató las fatigosas ocurrencias de éste acerca de su propia mortalidad. Ella, psiquiatra reputada, las describe en un extensísimo informe médico a modo de síntomas de un trastorno mental. He traducido el informe a nivel de relato para, no sólo ayudar a su comprensión, sino para reinterpretar los hechos, que yo entiendo que son demasiado románticos para ser considerados productos de una mera dolencia psíquica. 

Gerardus M. cumplía su vigésima primavera durante una época ciertamente turbulenta en su vida. Se había acomodado a guiar su existencia bajo el lema “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver*” y a punto estuvo de cumplir con esos tres mandamientos. Acostumbraba a bombardear sus receptores del placer con narcóticos y con la depravada compañía de juerguistas anónimas, e inmerso en una heroica orgía de serotonina, Gerardus M. sintió como 3 años de su vida acontecían en un tiempo record de sólo 3 meses.

Tras cierto punto de inflexión, cuya causa Gerardus nunca admitió, decidió poner fin a su enloquecido modo de vida. Regresó a casa de su madre para practicar una suerte de desintoxicación. Lo logró con entereza y se consideró (y lo consideraron) un hombre nuevo encaminado a ser uno de provecho.

8 o 9 meses después de este “nuevo comienzo” es el momento en que su hermana fecha el inicio del comportamiento errático de Gerardus, que es el motivo que nos congrega hoy a escritor y lector. El que había sido hasta entonces un carácter animado se alteró hasta lo irreconocible, volviéndose turbado, impaciente, ansioso, con un semblante constante de preocupación e incomodidad. Por cuestión de fechas no podemos achacar estos síntomas al síndrome de abstinencia, se asume entonces que hubo una modificación química en su cerebro que le hizo cambiar de temperamento.

Es entonces cuando Gerardus M. empieza a hablar sobre la proximidad de su muerte, describiendo el tiempo con términos atroces, como si éste fuese un asesino a sueldo con la mirilla apuntando a su frente. Sentía una angustia vital impropia dada su juventud y le atormentaba el recuerdo constante de sus 3 años perdidos, que él sintió como 3 meses. Pero estos pensamientos le condujeron a una importante reflexión.

Asumió que la fecha de su muerte estaba fijada y que no había forma de evitarla. Estaba en un punto al que se aproximaba cada vez más, sin embargo, pensó, no a velocidad constante. Gerardus concluyó que de la misma forma que en sus años de diversión el tiempo transcurría con desmesurada rapidez, lo práctico sería tratar de dilatar el tiempo: encontrar aquellos momentos en que la percepción del tiempo es más lenta y tediosa y vivir en ellos todo lo posible, demorando la llegada de la muerte.     

Es así como Gerardus M. toma la decisión de entregarse de por vida al aburrimiento, diseñando un plan a largo plazo** para alargar al máximo su existencia. Obtuvo una plaza en la administración estatal, un empleo que consistía en ordenar todo el correo que llegaba a su departamento y clasificarlo según el remitente. Evitaba las pausas para el café con los compañeros para no entablar afinidad. Le aburría profundamente, y se sentía terriblemente satisfecho. Por las noches encontró un puesto de vigilante de seguridad en el Museo Numismático y Filatélico de la ciudad. No tenía compañeros, lo que le agradaba mucho, y renunció a colocar una tele en su cuartillo. Cada noche era más aburrida que la anterior y las esperas se le hacían eternas.

Durante sus momentos de ocio leía libros técnicos de temas que desconocía completamente o los códigos penales de más de 20 países, y veía cine centroeuropeo soporífero. No encontraba gozo en nada de lo que hacía pero se sentía más vivo que nunca.  En algún momento empezó a sentir que comprendía el lenguaje visual del cine húngaro y se angustiaba con la idea de que le pudiese entretener, así que lo abandonó. Lo sustituyó por actividades mucho más radicales como visualizar paredes blancas, memorizar los nombres de las esquelas del periódico o pasear por parkings. Cada día se convertía para él en una eternidad y la rutina avivaba esa sensación.

Gerardus M. muere a la edad de 31 años por causas naturales, sentado en su sofá frente a la televisión apagada. Muerto de aburrimiento. Sus últimos 7 años de vida habían durado 70 en su mente y se sentía plenamente satisfecho de todo el tiempo que había logrado vivir. Su hermana lo había intentado estimular en varias ocasiones drogando su comida, pero en cuanto Gerardus sentía cualquier indicio de divertimento entraba en un estado de ansiedad incontrolable, por lo que abandonó ese tratamiento y aceptó el modus vivendi de su hermano hasta los últimos días de su tedioso existir.

Grande Gerardus.

* Erróneamente atribuida a James Dean. 
** El informe traía consigo fotocopias de calendarios perfectamente elaborados donde Gerardus seleccionaba sus actividades en las que evitaba cualquier tipo de deleite.

1 comentario:

  1. Estupenda publicación, sr. Varela. Entretenida y con cierta profundidad de carácter.

    Salu2 desde Bogotá.

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