No era el mejor bajista de las islas, quizá ni el mejor de su barrio, pero era nuestro bajista, y para nosotros siempre será el mejor.
Tocaba con desgana, eso sí, como exige el canon. Recordaba a un torpe John Paul Jones o a un novato John Enwistle, pero nadie le niega cierta magia. A veces le costaba animarse a coger su instrumento para regalarnos unas notas, un "Sweet Home Alabama" con el que poder brindar todos juntos. Dios no le había dado el don, al menos no a sus dedos, pero ¿por qué íbamos a pretender cambiarlo? Tocaba mal de cojones, pero era un santiño.
Ahora, el veintiuno, nuestro bajista, abandona, y lo vamos a echar un poco de menos. Falta tiempo en la eternidad para agradecerle todo lo que debiéramos.
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